Revelación a la samaritana según San Juan

Juan4 › 1 – 45

41Por eso, cuando supo Jesús que los fariseos habían oído que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan 2—aunque no era Jesús quien bautizaba, sino sus discípulos—, 3abandonó Judea y se marchó otra vez a Galilea. 4Tenía que pasar por Samaría. 5Llegó entonces a una ciudad de Samaría, llamada Sicar, junto al campo que le dio Jacob a su hijo José. 6Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado en el pozo. Era más o menos la hora sexta.

7Vino una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo:

—Dame de beber 8—sus discípulos se habían marchado a la ciudad a comprar alimentos.

9Entonces le dijo la mujer samaritana:

—¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? —porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

10Jesús le respondió:

—Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva.

11La mujer le dijo:

—Señor, no tienes nada con qué sacar agua, y el pozo es hondo, ¿de dónde vas a sacar el agua viva? 12¿O es que eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?

13—Todo el que bebe de esta agua tendrá sed de nuevo —respondió Jesús—, 14pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna.

15—Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla —le dijo la mujer.

16Él le contestó:

—Anda, llama a tu marido y vuelve aquí.

17—No tengo marido —le respondió la mujer.

Jesús le contestó:

—Bien has dicho: «No tengo marido», 18porque has tenido cinco y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho la verdad.

19—Señor, veo que tú eres un profeta —le dijo la mujer—. 20Nuestros padres adoraron a Dios en este monte, y vosotros decís que el lugar donde se debe adorar está en Jerusalén.

21Le respondió Jesús:

—Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación procede de los judíos. 23Pero llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que el Padre busca. 24Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorar en espíritu y en verdad.

25—Sé que el Mesías, el llamado Cristo, va a venir —le dijo la mujer—. Cuando él venga nos anunciará todas las cosas.

26Le respondió Jesús:

—Yo soy, el que habla contigo.

27A continuación llegaron sus discípulos, y se sorprendieron de que estuviera hablando con una mujer. Pero ninguno le preguntó: «¿Qué buscas?», o «¿de qué hablas con ella?» 28La mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y le dijo a la gente:

29—Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será él el Cristo?

30Salieron de la ciudad y fueron adonde él estaba.

31Entretanto los discípulos le rogaban diciendo:

—Rabbí, come.

32Pero él les dijo:

—Para comer yo tengo un alimento que vosotros no conocéis.

33Decían los discípulos entre sí:

—¿Pero es que le ha traído alguien de comer?

34Jesús les dijo:

—Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. 35¿No decís vosotros que faltan cuatro meses para la siega? Pues yo os digo: levantad los ojos y mirad los campos que están dorados para la siega; 36el segador recibe ya su jornal y recoge el fruto para la vida eterna, para que se gocen juntos el que siembra y el que siega. 37Pues en esto es verdadero el refrán de que uno es el que siembra y otro el que siega. 38Yo os envié a segar lo que vosotros no habéis trabajado; otros trabajaron y vosotros os habéis aprovechado de su esfuerzo.

39Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho». 40Así que, cuando los samaritanos llegaron adonde él estaba, le pidieron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. 41Entonces creyeron en él muchos más por su predicación. 42Y le decían a la mujer:

—Ya no creemos por tu palabra; nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundo.

43Dos días después marchó de allí hacia Galilea. 44Pues Jesús mismo había dado testimonio de que a un profeta no le honran en su propia tierra. 45Cuando vino a Galilea, le recibieron los galileos porque habían visto todo cuanto hizo en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.

Texto de EUNSA (Universidad de Navarra)

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