Dios sigue llamando

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“¿Cómo podré yo estar seguro de esto? Porque ya soy viejo y mi mujer, de edad avanzada” (Lc 1, 18).
Isabel y Zacarías no habían tenido hijos y ya no los esperaban. El transcurrir del tiempo podría mostrarse como una cadencia de posibilidades que se desvanecen.
Tantos ancianos quizá se consideran inútiles en un mundo donde cuenta más hacer que ser. Tampoco el clima social colaboraba en tiempos de Isabel y Zacarías, que experimentaban como un peso la falta de descendencia.
¿Cómo podían sospechar Isabel y Zacarías que, a su edad, habían sido elegidos para jugar un papel importante en el plan de la redención? Su hijo Juan sería el precursor de Cristo.
Jesús encarnó los ritmos de la existencia humana. La infancia, la adolescencia y la madurez. Por otro lado, su sufrimiento físico y moral arrojan luz, en cierto sentido, a la vejez.
Toda la vida de Jesús fue redentora, y realizó lo más culminante de su misión a las puertas de la muerte y con su muerte misma. Nos hizo hijos de Dios, nos entregó la Eucaristía y el Mandamiento Nuevo, prometió el Espíritu Santo, nos dio a su Madre.
La vejez es tan buen momento, como cualquier otro, para responder al silbido del pastor. Dios nos sigue llamando a darnos en servicio a los demás y nos consigue el impulso de juventud interior.
12 de febrero de 2020

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