Nombres: Nada más fuerte que el amor
“Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Jn 4, 16).
No es difícil, con la gracia y la fe, creer, así en general, que Dios nos quiere; además podemos enumerar tantos beneficios que hemos recibido de sus manos.
Sin embargo, esa fe en su amor se manifiesta con frecuencia poco actual, poco creída.
Porque si Él nos ama en todo momento, en las situaciones de agobio, de cansancio, de contrariedad, de experiencia viva de la miseria, incluso en el mismo pecado –a pesar de él y con él–, ¿por qué nos inquietamos?, ¿por qué perdemos la paciencia?
Si verdaderamente creemos que Dios nos ama, si creemos en el amor que nos tiene, ¿qué más queremos?, ¿qué más podemos echar en falta?
Por eso, en el silencio de la oración, en la presencia de Dios, ante su mirada misericordiosa, es lógico que consideremos los beneficios que nos concede, a partir de este fundamental: su amor y su fidelidad a cada uno de nosotros.
Y cuando llegue la contradicción, o la injusticia, o una situación en la que perdemos la paz y la alegría que acompaña a quien se abandona en Jesucristo, recurramos a Él con fe, como hicieron los apóstoles: Domine, adauge nobis fidem! (Lc 17, 5), Señor, auméntanos la fe… en el amor que Tú nos tienes. Así, podremos vivir y experimentar en carne propia aquella exclamación confiada de san Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rm 8, 31). No hay en la tierra nada ni nadie más fuerte que el amor de Dios por cada uno.
24 de marzo de 1977