111Había un enfermo que se llamaba Lázaro, de Betania, la aldea de María y de su hermana Marta. 2María era la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro había caído enfermo. 3Entonces las hermanas le enviaron este recado:
—Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo.
4Al oírlo, dijo Jesús:
—Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea glorificado el Hijo de Dios.
5Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. 6Aun cuando oyó que estaba enfermo, se quedó dos días más en el mismo lugar. 7Luego, después de esto, les dijo a sus discípulos:
—Vamos otra vez a Judea.
8Le dijeron los discípulos:
—Rabbí, hace poco te buscaban los judíos para lapidarte, y ¿vas a volver allí?
9—¿Acaso no son doce las horas del día? —respondió Jesús—. Si alguien camina de día no tropieza porque ve la luz de este mundo; 10pero si alguien camina de noche tropieza porque no tiene luz.
11Dijo esto, y a continuación añadió:
—Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero voy a despertarle.
12Le dijeron entonces sus discípulos:
—Señor, si está dormido se salvará.
13Jesús había hablado de su muerte, pero ellos pensaron que hablaba del sueño natural.
14Entonces Jesús les dijo claramente:
—Lázaro ha muerto, 15y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis; pero vayamos adonde está él.
16Tomás, el llamado Dídimo, les dijo a los otros discípulos:
—Vayamos también nosotros y muramos con él.
17Al llegar Jesús, encontró que ya llevaba sepultado cuatro días. 18Betania distaba de Jerusalén como quince estadios. 19Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para consolarlas por lo de su hermano.
20En cuanto Marta oyó que Jesús venía, salió a recibirle; María, en cambio, se quedó sentada en casa. 21Le dijo Marta a Jesús:
—Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano, 22pero incluso ahora sé que todo cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.
23—Tu hermano resucitará —le dijo Jesús.
24Marta le respondió:
—Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día.
25—Yo soy la Resurrección y la Vida —le dijo Jesús—; el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, 26y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?
27—Sí, Señor —le contestó—. Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo.
28En cuanto dijo esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en un aparte:
—El Maestro está aquí y te llama.
29Ella, en cuanto lo oyó, se levantó enseguida y fue hacia él. 30Todavía no había llegado Jesús a la aldea, sino que se encontraba aún donde Marta le había salido al encuentro. 31Los judíos que estaban con ella en la casa y la consolaban, al ver que María se levantaba de repente y se marchaba, la siguieron pensando que iba al sepulcro a llorar allí. 32Entonces María llegó donde se encontraba Jesús y, al verle, se postró a sus pies y le dijo:
—Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
33Jesús, cuando la vio llorando y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se estremeció por dentro, se conmovió 34y dijo:
—¿Dónde le habéis puesto?
Le contestaron:
—Señor, ven a verlo.
35Jesús rompió a llorar. 36Decían entonces los judíos:
—Mirad cuánto le amaba.
37Pero algunos de ellos dijeron:
—Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que no muriera?
Texto de EUNSA (Universidad de Navarra)